jueves, 19 de abril de 2007

Yo Areno

Comenzó en el preciso momento cuando dejaba de seguir el sonido de las gaviotas. No me di cuenta, y si me hubiera percatado, haría omisión de dicho estado, darme cuenta. Empezó de regreso o de ida, que cuando se camina con uno mismo, poco importa el sentido de la dirección si sabes en tu bolsillo depositado el norte. Que cuando se deposita el pie en la arena, importa dejar el rastro que será borrado por el olear.

Fue allí, donde sentí la suavidad de la misma, la arena colocada en la planta de mis pies, como si me plantara en un beso, en una caminata, en una tempestuosa locomoción acompañada en esa orilla. Risas semejando susurros, ruido perfecto impronunciable en mi espalda estallaba. Tallando los dedos de mis pies, se desprendían sonrisas de la arena, de aquí para allá me envolvían, de allá para acá hallaba, arena, minuta arena, diminuta, dos manuscritos empezaban.

Como una cita sorda, una cita no pronunciada, presentí que ella seguiría en el lugar donde no la había encontrado. Fue así que decidí alejarme de las luces, de las risas que acompañaban mi viaje, pues deseaba escuchar nuevamente aquella sonrisa nada peculiar, nada singulante, pero extraña, y así, ya la extrañaba en la partitura remembrada de mis oídos. Pensé que ella estaría en otro sitio. Para mi sorpresa, bajo la luz de las olas oscurecidas por la noche, me humedecí la piel de mi pies, nuevamente sorprendido, escuchaba las encalladas y nada estranguladas percusiones que provenían de mi estar con la arena. Me senté, me sentí, propio de ella y de mí. Coloqué mis manos en ella, apenas iluminada bajo las estrellas, las bajó, fosforescencia desprendía mientras la tocaba, mientras sumergía mis manos inquietas en su húmeda piel. Las conté, las reconté y encontré mi vocación.

Así pasé los días, esperando volver a conjugar verbos en juego, utilizando para mi propósito, primera persona del plural, componiendo en segunda y primera singularmente. Las noches, cubiertos de nubes y alguna ave nocturna que lejana nos observaba, comenté mi oportuna forma de sentir, de sentirla, de comprobar una y otra vez, de proar, de probar aliento de sus labios salinos.

Mentiría si no pronunciará que me sentía enamorado.
Cada ocasión, en donde nuestras citas concurrían a nosotros, se presentaba lentamente. Inició con una mano, mano arenosa, vientre arenoso. Así sucesivamente cursó y discurso pronunciaban mis manos en su arena. Sus piernas; dos piernas, nada peculiar, pero arenosas. Mentiría nuevamente si no colocara que, cuando descubrí su cabello…
Siempre había estado allí, cabello que cabe en mis manos, colocado, saturoso, sólo fue quitar para verlo, verlo para quitarlo, descubrir, allí estaba. Inventamos, creamos, producimos. Le agradaba la palabra inventar tanto como a mí, pues eso hacíamos, inveníamos.
En venir e ir, gastábamos caricias siempre recobradas.

Me invitó a quedarme en la sapiencia de las olas. Conducidos por el vaivén, con nuestro viento propio despertábamos el rugido de los mares. Empapado, mi pensar se secaba a besos provenientes de su boca. Juego dialéctico, su boca empapaba y secaba, un torbellino en el que el centro era un vacío, tan oscuro como atractivo, envolvía.

Propiciamos que la noche perdurara el mismo fragmento que le conducimos al sol. Su talle se resbalaba conforme el viento la acercaba a mí. Posaba su egoísmo en la espuma y brisa que el mar recolectaba, era agradable, vislumbrar sus manos enjugando aquel istmo donde me dedicaba sin meticula, a desenredar pensamientos inquietantes, pensamientos que desprovenían del encuentro mismo.

Ella fue quien me enseño que los cambios en el viento marino, provenían del influjo de su estado esencial. –Cuando arde mi arena, eleva la temperatura del aire circundante, propiciando un reajuste dialéctico, es decir, en dialogo entre mi calor y el aire frío- y sin más pronunciar, se lanzó sobre mi pecho recorriendo sus manos, mis labios en su pecho, su pecho en mis dedos, dejando gotas de arena por donde iba avanzando sobre todo yo. En esa ocasión, y otras tantas, los vientos tempestivos sobresaltaban las olas de su cintura. Las velas de los barcos lejanos, de los pescadores, agradecían la influencia de la ventisca que depositábamos, pues debilitábamos la inmovilidad de las proas.

Mentiría una vez más si no recordara que en ocasiones producía una especie de celos vergonzosos. Quizá gozosos, verbos sonsos. Me avergonzaba tener sentimientos que se asemejaban a la envidia. Y, no sin celos me irritaba, cuando los cangrejos, las aves, los peces que naufragaban y demás criaturas, recurrían a jugar con ella, ante mí, donde ella se mostraba sin rubor sobre mi vista, cuando la respuesta que detenía ante dichas criaturas, atrapaban mis palabras y no hablaba más.

Una ocasión no soporté más y decidí plantar mis pies nada lejano de aquellos juegos que me inquietaban. Sin control me eché sobre ellos, cerré mis manos y apretándola le mostré mi prenda más latible. Ella con un asombro controlado, manifestándose libre de este (aunque tanto ella como yo sabíamos de una sorpresa presa) posó su arena, su cintura, su talle, sus ojos, su cabello, sus manos en mí y aprehendida, encendió mi canto, encendió mi sueño, mi duermevela, mis piernas, mis brazos. Y abrazados hacemos brasa llameante en lo nuestro…

miércoles, 21 de febrero de 2007

Uno no se imagina cuanto de tiempo desata una colision. Cuanto desata, y entre tanto, nos va atando.
Una vida,
dos muertes,
un canto,
una escansión.
Un comentario,
quizás dos.
Un hola un adiós,
una finidad vicisitudes,
un camino,
una guerra,
una revolución,
un adiós un hola,
un tal vez hoy,
una mirada cuatro ojos son,
cuatro piernas,
cuatro brazos,
saber dos.
Dos sonidos,
dos espacios,
dos juegos,
dos bocas,
dos cuorazas,
una memoria,
una canción...
Uno no se imagina y, aunque se imagine, desata tiempo, desata dos, y locos, lo que ya son...
Como las calles, luces y ambas,
como los perros, como los gatos,
como los pollos y sus gallinas.
Como los caballos que van corriendo,
como las aves que van flotando,
como las calles de nuevo.
Como las playas, como lo mares,
como los dioses, como los hombres.
Como lo humano y lo inhumano,
como los juegos, los ciruelos,
las manzanas, como las mujeres,
como los olores. Como la muerte, como la vida,
como, como… como tanto que sólo pierdo
el intento deglutando…

Pido parte de mi memoria.

-Siempre estuve de aquí y de allá. Nunca unido a alguien. Como la familia, casi nunca unida. Los pocos momentos que se presentaron como una unión se daban en las carreteras, de aquí a allá y de vuelta. Recuerdo la casa, una casa departamento en el centro de una Ciudad vecina (Cuernavaca una provincia) una casa de maderas y de cuadros, oscura, fuerte, de maderas fuertes, café. Los cuadros de trazos tenues y difusos, nada estructurado, no yo, los cuadros. Las pinturas. Sin colores, reina el café. Pláticas entre adultos, solo un niño, yo, Ernesto entre los doctores, pues para ese momento ellos tenían mi credibilidad.
Recuerdo la noche, café, más café. Sentados en una mesa. Entre pláticas, risas y temores. Para ese momento tendría 5 o 6 años, cinco dedos en cada mano. Curiosamente solo recuerdo 5 allí, nada curioso.
Surge otra madera… nada curioso. La guillotina…
Oscura como el mismo oscurantismo. Nada curioso.
La platica que recuerdo, es sobre el uso de la guillotina. Palabras más que conforme la hoja caía, a mí me aterraba. Cortar la cabeza. Allí no esta todo. Me aterra escuchar como aún después de separada la cabeza del cuerpo, de las manos, de los dedos, aún así, aún allí, les muestran el cuerpo separado…

Lo imaginé y la vi viéndome. La cabeza separada con boca abierta de pez.

Surge la noche más noche. Y entre la duermevela y el temor, escucho que cuando me duerma acudirán a un bar o algo parecido. Ahora recuerdo que justo cuando abren la puerta, me levanto con angustia, pues las maderas me imaginan la guillotina.
No dormía, pues pensaba que me dejaría con mi imaginación, a la cual no la sabía como tal. Para mí estaría presente el cuerpo y la cabeza a un lado-

Y yo, yo en ese instante me moría.

Entre Noto

Suena el bajo. Bajo los ojos y cierro los mismos con los dedos entre mí y los acordes que suelta mi memoria. Notas, noto… un solo. Es entonces cuando reconozco tus sostenidos manifiestos que se van desplazando conforme el medio traste que los dedos recorre sobre el brazo que mantiene olores.
Bajo, piano, piso el suelo, saber donde me sostengo.
Un rojo bemol me trae una ráfaga humeante de contenidos. Se deposita, lo deposito. Es delicioso el son arte. Un arte del cual me encamino a dejar…
No pido más que una sonrisa,
una deli-cada sonrisa que sepa mía,
que sepa para mí.
Que sepa tuya, que sepa a ti.
No pretendo sostener mi hueco,
ni postengo llenarlo.
Con mi huequito así es que te amo.
No pides lo que no tengo ni lo que tengo por igual.
No pido lo que no tienes, ni lo que tienes saborear…

Allí esta mi amor…

viernes, 26 de enero de 2007

Helado de Otoño

Helado de Otoño y otras
sonrisas

A tu vuelta,
Sandy
Se despidieron
y en el adiós ya estaba
la bienvenida

Benedetti


Y así, comenzó lo aquí escrito. La lectura se hizo, se fue haciendo, se va realizando. Segundo a segundo, noche a noche, uno a uno y así, ya es de dos.

Cuando las ideas llegan con la distancia, y se alejan en la misma, sin dejar más que los astros, rastros que se acumulan sin poder colocar en un mapa del cielo, surge la memoria que nos invita a la maquilación de momentos, vidas, instantes, algo complejo.


Ernesto CU

Hace algunos ayeres, cuando la mano de la mujer y del hombre, de los aquí escritos, no conocían el fuego de los nombres, no sospechaban siquiera que cada uno portaba para el otro, la sonrisa sapiente de las aperturas, caminaban distantes y alagados, por las calles de ciudades casi tan lejanas y alejadas una de otra, que ni con telescopio alguno o microscopio, se sabían la otra de la una.

Un paso tras otro paso, rutinario colectivo donde lo mas descriptivo posible, cuidaba los zapatos, la cabeza y los hombros. Las calles donde los elevadores carcomían las escaleras, surgían como lo más cercano y en dirección hacia los cielos, hacia las calles, calles con sus pasos de su cada cual, desprovistas de pasto, de pasta, de hojas, de bosque. El frío, sólo un temporal, algo temporal, algo irrelevante y con mucho de irreverente pues para ese momento no lo conocían juntos.

Caminaba de aquí y se sentaba allá, él, en la explanada de algún café, con un cigarro en la frente, que desde no sabía cuanto lo llevaba. Ella en la elaboración de amistades, acertijos que desproporcionaba calidad al evento. Desprovistos de sus ojos, de sus pupilas encuadradas, encirculadas, ensímismadas, con la rectitud de dos conocidos descocidos desde la palabra misma. Un hola y un adiós era lo más próximo entre ellos, cada un millar de segundos, millar que se trasponía y yuxtaposicionaba con un misterio nada alarmante.



Una ocasión donde él intentaba comprender el inconsistencias de lo humano, con una mano en la pluma y otra en la frente, colocó las posibles letras rompiendo la transposición. Agarró papel y lápiz, pluma y papiro, tinta y lienzo y desdibujo el cielo para llevárselo a la boca con una cadencia nada particular. Ella al ver movimiento alguno el cual le resultaba poco exclusivo, poco extravagante, decidió dejar caer, y rodar alguna semilla de algún fruto de algún árbol de algún poblado de algún lugar, inclusivo de los dos.

Sorprendido de sorpresa, volteando para más de los cuatro puntos cardinales que marca la flor de los vientos, se fue acercando, poco a poco, con la lentitud propia de un tren que utiliza sus rieles para ser descarrilado.

-Hola- mencionó con los ojos mirando los ojos que lo miraban.
-Hola- le respondieron los ojos que miraban los ojos que la miraban. Un “hola”, nada no conocido. De nuevo un hola que ya se había escuchado en esos millares de segundos que transcurrían hasta repetir algún otro hola lejano, que por aquellos tiempos los segundos pasaban a ser terceros, cuartos, quintos y demás lugares en sus respectivos espacios.

-Hola- repitió con ahínco mientras recolectaba y recogía las semillas que rebotaban y se observaban como lo hacen las gotas de lluvia cuando entran en algún estanque, alguna fuente o con mayor frecuencia, en una pecera.

-Piscis verdad?- colocó como si, en aquellos ojos profundos, resguardara un pez y otro pez respectivamente y sólo hubiese mencionado lo que allí se veía nadar.
–Verdad…- respondió ella a él con una sorpresa, -sí…-, gustosa, y en el instante mismo de pronunciar y corroborar lo antes dicho, la ventana que los separaba, que separaba la calle de su calle, o el camino de su camino, o el mar de su mar (para bien de los allí pecentes) sonrojó las mejillas entre colores que poco a poco iban descubriendo y entre miradas resumidas de un sueño, entrando así en la localización engendrada de la maravilla, entrando así, a ellos.













Se levantó sacudiéndose los calcetines sin dejar de mirar el pez que brincaba de una pupila a otra, salpicando en su trayecto a los dos presentes. Alrededor de ellos, los transeúntes pasaban como tenían que pasar, los perros pasaban como tenían que pasar, y el tiempo pasaba como tenía que suceder, como si cronos, crónicamente delirara para sus espacios.

Una banca y las hojas de los árboles llenaban de hojarasca las cascadas por donde escurrían rumbo arriba, rumbo abajo.
Fin de la escena.

Cada uno en su lugar. Fue así que decidió coger papel como escudo sin tener y pretender defenderse de algo, de alguien. Cogió pluma como lanze spezzate, cogió honda con pequeñas piedras, y sacando de sus bolsos las semillas antes recogidas, se lanzó a la cabalgata. Tiró una para allá, en aquella dirección donde su cuore apuntaba. Tiró una más y otra más y otra más, evento concedido por el quehacer de su pluma.

Lo que escribía, lo colocaba en una honda hecha de letras y con la cautela y armonía, elevaba la cometa para ser leída. Una más y una más. Una cometa por allá, una en aquel lugar donde deshojó la cascada, otra en la banca y unas tantas más por la ventana ya abierta. Corría siempre para ver si el viento mantenía atento la cercanía de la distancia. Corría y a su lado trotando un diminuto caballo enano, café, chato y con ojos de perro, que en lugar de relinchar, ladraba, que en lugar de paja, croquetas devoraba, que en lugar de cascos, patas llevaba.

Ahora bien, aunque esta historia es de ellos dos, de ella y él, se narrará con mayor aproximación desde un él, no por implicaciones sociológicas culturales, no por desprovisión de un ella, ni por cómoda cercanía en los pronombres personales, sino, sólo porque los azares de la escritura saben desde sí.





















El tiempo seguía siendo el mismo. Los lugares seguían siendo los mismos. Mismos elevadores, mismo pasto desprovisto. Lo mismo pero no mismo todo. No para ellos, no para el frío, ni para los colores levantados.

En una ocasión de las que los segundos dejaban sus millares y dejaban lo segundo para ser primeros, rozaron deliberadamente sus manos. Se sentaron, se sintieron y se sentaron. Se sintieron y entraron, no a describir, sí a escribir(se) en el paisaje.

Una tarde, seguida de otra, y otras más, y así sucesivamente y correspondiente a los dos.

El frío, fiel amigo desde allí. La distancia jugaba un papel físico de querer directo e indirecto proporcional, propositivo, pues mientras más distancia más querer crecía, mientras menos distancia más querer había, hay. Pero continuemos con el frío. El frío jugaba un papel trascendente. Decíamos que fiel amigo desde allí, pues perteneciendo aún a los temporales manifiestos del clima, perecía ante los brazos, que sin sostener, abrazaban sus cuerpos.



Frecuentaba los parques con la imagen en todo su cuerpo, un aroma de ella en el brazo, un aroma de él en la nariz de ella. Un color en el sonido de las palabras que latían con un oleaje oportuno. Oportuno oleaje, pues cuando menos se esperaba, o cuando más se esperaba, pues para la espera nunca sabemos y podemos decir si es necesario crear necesidades o esperar el tiempo y viento oportuno para bogar, pues los espacios surgen como la noche o como el día, o la noche y el día los hacemos con nosotros mismos.

Y navegando con los espacios descubiertos, con los sentimientos encontrados, buscando el mejor viento para la alzada de las velas, decidieron no esperar en la búsqueda, sino crear los vientos propicios, los torrentes, la ocasión.
Los vientos soplaban en la vela sin apagarla ni encenderla, la andaban. La nave, cargada de nísperos, de aceites, y de oliva, la balsa colocada de frutos, frutos dulces y otros ácidos, formando de esta manera y de esta forma una gama de benevolentes sabores. Soplaban los vientos en la vela. Las nubes caracoleadas, coloreadas rompían y rompen la brisa que sueltan su voz, la voz de ella, voz en la garganta de él. Se rompen en el borde de madera de esa nave, se caen, juntos caen, pues no hay mejor colchón que ir cayendo juntos.
Navegan, sonrientes, el camino absuelto.



Para ese momento que aquí se escribe, va alza la vista, mirando él el cabello de ella enredado con las estrellas en sus dedos, donde ahora, él, que no hemos dicho su nombre pero poco falta para mencionarlo, para nombrarlo, no por mí, escriba de este paisaje, si no por ella, escriba directa del pasaje, es que sabe el motivo, decíamos, la función de las mismas, de las estrellas.

Con sutil tesitura, ella enjuga una de éstas en el mar, en su boca, en el mar de su boca, una estrella para colocar, para poner y disponer, para deleitar el nombre, sus nombres. Con un nombramiento que suena desde su centro, que recorre el camino directo a la boca, desprende un canto y lo nombra…

-Ernesto, mi querido Ernesto-.

Así el viento tácitamente, desde su aliento, manifiesta su ser, su estar. Lo nombra, le rige la estrella de la mañana, de la tarde, de la noche.

Él, que ahora porta la estrella con el mayor nombramiento sobre la tierra, acaricia su nombre, el de ella, y tierna y gustosamente en una caricia a los ojos, derrama hacia el ambiente, hacia el mundo…

–Sandy, mi adorada Sandy-…

y en ese nombrarse mutuo, suspiran en un profundo sueño donde se seguirán encontrando, más allá o más acá de sus vigilias.



Pero el sueño sucumbe cuando la vela se presenta, cuando la vigilia en la que se han nombrado, se han conocido, suspirado, se han formado y conformado, llega, arriba así, como las escaleras no necesarias para sentir el cielo y la tierra en el mismo instante en que ellos son para sí mismos. Cantan, van cantando,
es canción…

lunes, 22 de enero de 2007

De lunares manchas y cuerpos

Lo llevas colocado desde el inició. Podría decir que desde poco antes, como un abismo pequeño, tuyo, entre tú y tu nalga, entre tu espalda y tú, allí donde sólo sabes derramármelo.

Las cosas con palabras se sostienen, es de prudencia sostenerlas, regocijarse del susurro propio. Te apropias con ese calorcito que sólo tu sabes desprender de nuestro susurro. Las palabras se sostienen, este no es el caso. Aquella mancha la sostienen tus piernas duras como tus ojos, que también son duros, y qué, cuando los muerdo las sostengo y obtengo de ellas, la palabra jugosa que los nombra y los une.

Pero contaba y sostenía mi discurso en pos de tu mancha, mancha de cuyo nombre quiero acordarme, siempre siempre movida, en el vaivén propio de tu andar, como un oleaje en la nada de las intermitencias. Así se presenta, en un lejos y acá, o simplemente por la luz que da y se presta con intervalos en donde serían innecesarios si se les contarán, donde dejarían de mirarse en el momento mismo de contarlos. Es por eso que mejor miro como iluminan tu mancha, mancha que encontré palpando. Recuerdo que la localicé por casualidad de mis pasos, aquel día mientras sostenía mi camino por la arena, resbalo y la veo allí, amorfa, diminuta como sonrisa oscura, como abismo pequeño tuyo entre tú y mi pierna, entre mi pierna y tú, donde yo la porto desde siempre, desde que nací, posada allí en mi pierna desde el inicio …

lunes, 15 de enero de 2007

La noche se resume en un beso. Espacio disponible, que absorbe y deglute el calor que de ti emana. Beso tus sienes hirvientes, vivientes por donde el sol parece exceder.

Sostienes tu escalofrío con el peso requerido de uno y otro lado. No deseas apagarlo y en el goce de un calor friolento despiertas tus piernas para acomodar tu vestido que se trasluce como estrellas nocturnas que deslumbran el día…
Ernesto

viernes, 5 de enero de 2007

Sin sonido o (sin título)

"Se forma una página, en verso sin tiempos ni acentos…"
Y miro tus ojos sorprendidos de mí,
de mí en ti, acercados a los míos con una imperiosa sonrisa
dudosa de salir, de entrarse, de regresar a mi boca que
pronuncia en silencio tu calor y la noche nos cubre.

Comprendo tus ojos en la unión perfecta con tus labios,
en la unión de nosotros donde más sonidos y más
con el silencio aparecen.
Y yo manifiesto con mis manos el sabor que mi piel
obtiene de la tuya, así como sólo en el sueño obtienes
los sabores al tocarlos. No es sueño, aún no dormimos,
antes nos amamos, arramados como dos hojas
movidas con el viento, bailamos nuestros cuerpos,
tirados, besando nuestras bocas y con un susurro sordo,
le miro sus ojos con el calor de la noche que aún nos cubre...
Ernesto

Sordita

Oiga cariño...
los barcos soplan, soplan con el viento que hace... Le enciendo un beso en la memoria, mientras le abrazo estrepitosamente. Cariño, cariño lindo, la luna se pinta de verdes, amarillos, rojos, y le sueno un beso tronado en su oido, de esos que me dice usted despues de dejarla sorda,
-no importa-,
y yo le pregunto,
-te dolió-,
-sí pero no importa- contesta usted o algo parecido desde su boca que adoro... y que quiero recorrer célula a célula, aunque me tarde como citólogo, pero no sería tanto, ya que el citólogo usaría un microscopio y yo uso mis propios labios, mis propios ojos, mis propias células que se pintan de usted. Entonces decía, le mando un beso tronado, tornado que eleve al cielo sus cabellos, cabellos de Sandy donde deseo enredadar mis dedos mientras le doy un beso en su oído que le ha quedado sordito para decirle en voz, no queda pero como usted ya estará sordita, pensará que es un susurro, y le diré... cariño mío, oiga cariño mío cuanto, cuanto le adoro...

jueves, 4 de enero de 2007

Y así, comenzó lo aquí escrito. La lectura se hizo, se fue haciendo, se va realizando. Segundo a segundo, noche a noche, uno a uno y así, ya es de dos.

Las palabras se van contigo...

Las palabras se van contigo… le coloco un hilo tejido desde mis manos agarrando las suyas. Amarrando las estrellas, esa que más te gusta, la que brilla cuando hay luz, luz de día, luz de tarde, luz de noche. Las palabras se quedan conmigo… les pongo un estambre de sonidos que se van colocando en partituras sonoras que con sus tonos enmarcan libremente mi vida. El marco, no es necesario. La marca quizá. Porque, como no hablar de un trazo cuando los crayones de mi vida (mis dedos) le quieren.

Los vientos soplan en la vela, no la apagan, no la encienden, la hacen andar. La nave, cargada de nísperos, de aceites, de oliva, fructiferean la balsa. Soplan los vientos en la vela. Nubes caracoleadas, se rompen en la brisa que sueltan tu voz, se rompen en el borde de madera de esta nave. Navegamos y oleadas de cantos vociferamos.

Va alza la vista, mirando su pelo enredado con las estrellas, donde ahora sé el motivo, la función de las mismas. Y usted enjuga una de ellas para ponérmela, para deleitarme con un nombramiento que suena desde su centro y así el viento tácitamente, su aliento, manifiesta mi ser.

Me alienta saber que usted boga, no por mí, no por ti, sino conmigo. Que suenan de ves en vez, los remos contra el timón, que reman de aquí y de allí, formando estelas marinas con tu dedo.

Le coloco una frase, un mayor, un tren, una ida y una vuelta. Le loco, le yo, le tú. Y las palabras… ellas regresan contigo



Ernesto
Sandy

Las hojas que escriben mi nombre desde sus labios productores resuenan en mí, en mí y en mi mente que al fin y al cabo somos uno mismo. Suenan en la memoria que construyo al lado suyo de mí. Y es que hoy hablo de mí desde usted, y hoy hablo de usted desde mí.

Miro las imágenes nuestras en la oscuridad de la luz, en el sonido de nuestros silencios, en el empeño de nuestro trato. La oscuridad de nuestros cuerpos desnudos iluminados por esa propia luz, luz humana, emana de dos cuerpos que se sienten y se saben, luz enardeciente, naciente, gustosa de uno al lado suyo.

Y después de hoy viene el mañana, importándome siempre el hoy.

Y entonces dormí sintiendo su cuerpo en mis manos que tocan sus senos, su vientre que muerdo en la noche de dos, en la noche de sus piernas abrazándome en la profundidad de su boca, boca que pronuncia mi nombre que descansa en lo mojado de nuestras lenguas.

Acaricio tu pelo que suena con el viento de mi voz, y dibujo su cuerpo en mis manos, repasando sus lunares, uno a uno, diez a diez, constelaciones que guían un camino fructífero de mi bogar, hasta llegar a sus piernas duras como dos ojos en los que caigo y tu me ayudas a continuar cayendo. Y ahora somos la unión atrapada de los azares, yo dentro de ti, tú dentro de mí, formando páginas escritas por nuestros cuerpos versados, rescribiendo y deslizando mi dedo de izquierda a derecha y viceversa para crear palíndromes, mes con mes, día a día, noche a hoy, justito así, viviendo mi hoy a su lado, su lado a mí hoy…

Le adoro desde las comisuras de lo inconmensurable.

Ernesto

Muerdo bebo beso

De tus senos se prende mi memoria
así como lo hiciera yo a la hora de apagar
la luz.
Apareces y ellos contigo, tomo tu cintura
por el talle de tus pies. Muerdo beso tomo.
Alumbran mis manos cuando hago contacto
directo sobre el botón que pilosamente brota
con ayuda de mis labios, del frío,
de mis labios y del frío
que los protege en un beso que se instala
en tu vientre hirviendo.
Es entonces cuando decido penetrar tus
labios de cuerpo mío. De mi lengua y de mi.
Beso tomo muerdo.
Tus senos aprenden nuestra allí memoria.
Allí de ti y de mí, contando la arena que nos
permite la saciedad de las caricias.
Y así,
tomo, beso y muero…

y...

y me detuve un instante a deslizarme en tus ojos. Como ves resistencia no tengo cuando se trata de tí y de tus ojos. Pues sólo los miro y la emoción me hace temblar, y entonces mis continentes se derrumban al saberte...
Y es entonces cuando yo comienzo a cuidarte del frío que se puede colar por algún descuido mío, y empiezo a mimarte y se van desapareciendo las frágiles diferencias que sostienen las vicisitudes de lo cotidiano y entramos en una unión azarosa que sólo nosotros dos podemos comprender y hablar sin pronunciarnos. Y yo te mimo y mis manos lo empiezan a igual hacer en tu cuerpo mientras van arrastrándose por toda tu, recorriéndose entre las fisuras de tus labios, de tu pequeña lengua, mimándose de ti y tu de mí, mimetizando nuestros espacios cazarosos.
Y es entonces cuando renuevo el frío cuidadoso que se cuela y poda tus olores, y así, de nuevo, la secuela por algún descuido, tú, yo…
Ernesto CU.
Sueno mi voz en tus muslos
que no muerdo ni beso,
muslos que no muevo, ni tiento terso.
Sueno mi voz, mi voz conmigo
aquí, aquí de mí,de mí despierto. De mí, sueno.
Sueno mi voz entre tus manos,
entre tus uñas, entre tu pelo
que no toca mi rostro por las mañanas
o por la tarde basta.
Por tus manos que suenan como lechuza
asustada, como papel al acecho.
Por tus caderas innocuas de color intenso
como trozos diminutos de cristales revueltos
en el tiempo.
Voy sonando calladamente mi sonido
por tu espalda, por tus piernas rojas
que sostienen mi cuerpo.
Sueno en ti, sueno y risueño
coloco mi oído en tu vientre para oír
algún bostezo, un rugido, algo terco.
Siento mi sonido en tus dedos, en tus palmas
en tus pies.
Siento y sueno en tu sombrilla
cubierta y protegida por tu mirada calma,
así, justo como cuando sueltas en mis ojos
la sutil sonrisa que resbala a ellos.
Sueno entre senos,
entre catetos y convexos, sueno sin sonar
sin brincar en ellos,
entre versos sueno, sueno de mí.
Sueno con la piel en las paredes para lustrar
el paso de tus sueños. Gariboleando,
garabateando uno a uno, y dos a dos.
Sueno, de aquí y de allí,
un sonar que se produce como
viento que sopla entre tu silencio
caminando, paso por paso
como impidiendo el abismo de tu mirada.
Y de mi, sueno.
Ernesto C.U.

Entre en colores

Aparece, aparece entre mis manos, manos que requieren tu sonrisa. Aparece como sombra, sombra de mis líneas, luz de mis caricias. Mujer, ¡mujer asombra! Toma mis manos y deshazlas en tu cintura, en tu vientre, entre tus muslos, entre tu quieras. Aparece, aparece entre colores matizados, entre colores disfrazados.
Toma mis manos, libéralas en tu cuerpo. Toma mis ojos, ciega mi mirada.Aparece, aparece entre mis ojos, enfrente de ellos, atrás de mí. Aparece, sólo aparece. Deja llenarme de uno, de uno y de ti. Caminar tus pasos de mis pies. Toma mi boca y guarda la tuya.
Muerde mis sueños, muéreme a mí. Acerca tus uñas de mi espalda herida.Aparezca mujer, aparezca. Sola aparece.Roza mi labio en tu rostro, rastro dejado. Roza mi cuerpo, rózalo, rójalo pero hazlo… azulado.
Ernesto Urquiza

Tocar sus manos

Uno siente la sapiencia en ellas (en las manos). Uno las recorre sobre el aire partiendo y jugando como un papalote deshilado. Era la primera ocasión en que el sudor jugaba revoloteando la cabeza de los dedos. De sus dedos. De dos. Me partía, me partí.
Entremos en la alegoría distante de los juegos. Se distrae y corre para saber quien del otro lado. Maldito lado casi suelto entre dientes, si no es por que tapo éstos con los labios y aprisiono mis labios con las manos. Suena y sonó por completo, aún suena. Y es que tocar sus manos es tocar un pedacito de lo basto que deseo.
Suelto mis labios presos de quereres, quehaceres oblicuos que suenan acá, de este mi lado.Uno no se imagina lo que se despierta cuando los ojos rozan los suyos marcados de infinita sonrisa, elocuencia, una secuencia que brinca y salta sin predisponer el espacio.
Uno imagina los ojos en las manos.
Diciendo, mira, mira como se desenvuelven en tu palma, alma que manipula lo mío. Ahora van los tuyos... Se cae el telón, se abren los parpados y miras sin saber donde apoyar la vista.Los colores retoman su camino, estela de fuegos descubiertos.
En ellas uno sostiene la paciencia rozada. Partiendo, partido, un juego empezado, donde tocar sus manos es recorrer imaginarios…
E. C Urquiza

Monólogo

Son los ojos dos pozos hondos
–colocó con tono lloroso-.
Son dos toros locos.
-Sollozó- No, no los domo, sólo son hoscos…
¿Toscos?
No, no toscos, no roñosos, sólo hoscos. Tontos son.
Tomo lo roto con ojos dolosos. Boscosos, moroso otoño.
-Sonó con zozobro-
Dos olmos con otoño hornozo, rojos, borrosos.
Flor, ¿como soy? ¿Soy como hoy? ¿Sólo somos hoy?
Sólo hoy.
Hoy, hoy soy dolor.
-Corroboró los ojos solos, con Flor.-
No, no rompo color, los broto, broto yo. Otro color,
otro, otro doy.
Flor. Trozo los hombros con bronco sopor.
¿Dolor? Trozo los moscos, los moscos son,
¿son osos? No, ¿son monos? No, sólo son.
-Botó como tronco. Botó rocoso, tronó-
Nosotros los locos somos voz.
Somos lodo, oro, lloro, somos dos.
Los locos... Gozo doy.
–Domó, tomó los poros- ¿Flor? ¿Somos dos? O sólo vos.
-Soportó. Cómo nombró… Dos- ¿O no?
Nombro los otros como son, con costoso postor. Colonos.
Vosotros borrosos son.
Solo, sólo yo, sólo Flor.
-Sonrojó- Sólo vos. Flor… nombro yo.
Sordo olor.
Corono lo loco y lo compongo
-Oró-. Yo con vos.
-Lo logró, lo soltó.
Tomó los ojos como fosos frondosos solo.
soñó…-

Ernesto

Reproche

Le recorría la lluvia por el cuerpo como la mirada mía que ella llevaba puesta. Yo, sorprendido, sorprendido por la caída de su pelo empapado, como si fuera un sudor, una lluvia la cual se dejará caer apropósito para poder resbalar sobre aquellos hombros, hombros que desde el cielo apreciados eran , y que esto, éste mismo, el cielo, lo tenía bien entendido.

La caída marcaba su andar, la caída que hacía en mí. La caída de las palabras que salpicaban a la lluvia misma, al espejo, a mi cara y a su rostro, a nuestras manos que agarradas no se mantenían, manos que deseaban resbalar como la lluvia y empaparse de ella, de mí. Soltar las palabras y escuchar su quejo.

Fue entonces que logramos llegar a un árbol que extendía las ramas tal como yo deseaba extenderle mis brazos. Que los escalara como las ramas que de niña lograba hacerlo. Yo, mientras pensando en esto y en aquello. Ella, compensando el aquello y el resto. Contando sobre la causalidad de (los) dos peces en la profundidad de un espejo, pretendiendo mostrar sus ojos, rozarlos, reflejarlos. Lo hacía mientras los miraba por el rabillo de los míos. Dos peces que se pescaran. Dos pescos que se pasearan. Incrédula, dibujaba su sonrisa en la mía mientras la lluvia celosa, estrellaba el espejo donde los peces poco antes intentaban desaparecerse. Yo estrechaba fuertemente el imaginario de sostenerla en mis manos, repitiendo en silencio y apretando para mis adentros su húmedo amarillo y mojado nombre…

E. Urquiza

Verdad

Yo la miro por una ventanita,
miro su andar, miro su sonrisa.
Y usted, usted niña profunda
no guarda ni siquiera algo de mí.

Busco el pretexto para poder asomarme
una pelota dejada, una piedrita tirada
se me acaban, siento que me acaba.

Usted se sabe para sí,
déjeme saberme en usted.

No se imagina cuanta locura la espera
al lado mío.
No la quiero para mí, la quiero para nuestra
Loquera.
No la quiero como una cura, una solución,
una compostura.

Usted no se imagina cuanto mío
quiero a su lado.
Pero parece que usted no me mira,
no me ve.
Yo la miro por una ventanita,
allí, allí asomado.
Miro su andar, su risa
y usted, niña rotunda
no guarda nada de mí…


Ernesto C. Urquiza

Verdad

Yo la miro por una ventanita,
miro su andar, miro su sonrisa.
Y usted, usted niña profunda
no guarda ni siquiera algo de mí.

Busco el pretexto para poder asomarme
una pelota dejada, una piedrita tirada
se me acaban, siento que me acaba.

Usted se sabe para sí,
déjeme saberme en usted.

No se imagina cuanta locura la espera
al lado mío.
No la quiero para mí, la quiero para nuestra
Loquera.
No la quiero como una cura, una solución,
una compostura.

Usted no se imagina cuanto mío
quiero a su lado.
Pero parece que usted no me mira,
no me ve.
Yo la miro por una ventanita,
allí, allí asomado.
Miro su andar, su risa
y usted, niña rotunda
no guarda nada de mí…


Ernesto C. Urquiza